Bailar como revulsivo interior, como forma de desinhibición, de conexión comunitaria y como una manera de corporalidad en la que “equilibrio” y “desequilibrio” se vuelven uno, más allá de medidas. Bailar como una manera de dejar atrás miedos. Como lenguaje poético. Bailar como una forma de tomar el espacio público por quienes habitualmente no forman parte del mismo. Bailar y seguir bailando.